El 2025 confirmó la necesidad de una reconfiguración profunda de la relación entre sociedad y naturaleza. La acción climática ya no puede pensarse únicamente desde la mitigación de emisiones o la protección de áreas aisladas; exige enfoques integrales, decisiones informadas y una comprensión más precisa de los sistemas socioecológicos de los que formamos parte.
Este artículo recoge aprendizajes construidos a partir del trabajo territorial de Masbosques, del intercambio de saberes y participación en espacios como la Cumbre del Clima e ICLEI, y del diálogo con la evidencia científica reciente. Propone una lectura analítica de algunas claves que hoy orientan la conversación global sobre conservación y sostenibilidad, como una forma de compartir caminos posibles para la protección de la naturaleza.

Conservar lo invisible
La conservación requiere ampliar la mirada. La estabilidad de los ecosistemas depende tanto de especies emblemáticas y mediáticas, como el jaguar o el oso de anteojos, como de aquellas menos visibles, menos valoradas o incluso rechazadas socialmente. Conservar no es seleccionar fragmentos “valiosos”, sino trabajar con sistemas completos.
Como señaló Álvaro Vallejo, director de la Oficina Regional de la UICN para América del Sur, durante la Cumbre del Clima 2025: “Conservar la biodiversidad implica entender que también son esenciales los ecosistemas que nos parecen ajenos y los animales que, incluso, nos resultan repugnantes. Ampliar la mirada es clave para proteger la salud del planeta, de la que dependemos por completo.”
Esta afirmación dialoga con la evidencia científica. Según la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES, 2019), cerca del 75 % de los ecosistemas terrestres del planeta presentan algún grado de degradación, en muchos casos asociada a la pérdida de procesos ecológicos poco visibles, como la salud del suelo, la diversidad microbiana o las redes tróficas intermedias.
Desde esta comprensión, Masbosques fortaleció en 2025 enfoques de conservación integral, incorporando criterios ecosistémicos en proyectos de conservación en 190.920 hectáreas, compensadas mediante pagos por servicios ambientales a familias campesinas y comunidades étnicas. La apuesta fue clara: proteger la naturaleza no es aislarla, sino integrarla de manera funcional a los territorios.

La trazabilidad es un requisito para la protección de la naturaleza
Traducir la acción ambiental en resultados verificables se volvió un requisito central. Durante 2025, Masbosques avanzó en el fortalecimiento de sistemas de monitoreo, reporte y verificación, integrando herramientas de trazabilidad digital que permiten registrar actividades en campo, coordenadas geográficas, evidencias fotográficas y procesos de implementación en tiempo real.
Este enfoque se alinea con lo señalado por el IPCC (2023): las soluciones basadas en la naturaleza solo pueden escalar si cuentan con datos robustos, comparables y transparentes, especialmente en contextos donde confluyen financiamiento climático, mercados ambientales y políticas públicas.
La experiencia confirmó que la trazabilidad no es solo un requisito técnico. Es un mecanismo de confianza: fortalece la toma de decisiones, reduce la distancia entre territorio y política ambiental, disminuye el riesgo de greenwashing y protege la integridad de los procesos de conservación. De hecho, el State of Climate Action (2024) advierte que uno de los principales obstáculos de los compromisos ambientales actuales no es la falta de iniciativas, sino la debilidad en los sistemas de seguimiento, reporte y verificación.
En este marco, herramientas como Kobo Toolbox se volvieron claves para cerrar esa brecha. Permiten registrar información en campo y sincronizarla en tiempo real, creando un flujo directo entre quienes implementan los proyectos, quienes los validan y los estándares internacionales que los regulan, fortaleciendo la transparencia en la certificación de proyectos climáticos, como lo ha señalado ALLCOT.

Un propósito por la sostenibilidad
Incluso, desde antes de graduarse de la especialización, ya Jaime estaba pensando qué más estudiar. Es un hombre inquieto que disfruta aprender, un gusto que heredó de su papá, quien siempre lo instó a formarse y tenía en su corazón la educación, aunque no hubiera estudiado formalmente. No por nada estudió un segundo pregrado, en Derecho, en la Universidad Católica de Oriente en el 2014.
Años más tarde estudió también una maestría en Sostenibilidad en la Universidad EAFIT, de la cual egresó en febrero de 2025. Jaime recuerda con gratitud el discurso de la rectora durante la graduación, cuando explicó lo privilegiados que son quienes realizan una formación de posgrado en Colombia, pues apenas un 15% de la población puede acceder a ello. También asegura que el estudio no depende de si se hace en la universidad más costosa o de mayor renombre: “A uno no lo define dónde estudia, sino lo que aprende. Por eso creo que uno debe aprender muchas cosas, tanto lo académico como el ser. Y para mí es primordial que una persona sea proactiva, contenta, feliz, con ganas, una persona todoterreno”.
En una escala de 1 a 10, podría decirse que Jaime es un 10 en conservar la ilusión respecto al futuro del planeta Tierra y de la especie humana: “Soy un luchador por las causas y creo que siempre debemos cultivar la esperanza”. Para ello, considera esencial que el ser humano deje de asumirse como superior a la naturaleza y reconozca a las múltiples organizaciones y personas que creen en la posibilidad de un mundo distinto, incluso en medio de los efectos crecientes del cambio climático.
Al respecto, explica que en Colombia esa evidencia se manifiesta con lluvias cada vez más abundantes y frecuentes en algunas regiones, mientras en otras aparece el fenómeno de El Niño con desertificación, sequías, pérdida de recurso hídrico e incendios forestales. En esa complejidad, Jaime insiste: “Ese cuidado no lo podemos hacer solos, lo tenemos que hacer de la mano de todos. Por eso nuestro propósito es proteger el medio ambiente a través de alianzas, y en la medida en que permanezcamos articulados entre las diferentes instituciones, vamos a sacarlo adelante”.
Jaime no puede rendirse. Tiene dos hijos que lo motivan a seguir creyendo y construyendo. Son un motor para aprender a relacionarse con la naturaleza desde la conciencia de su abundancia y no solo cuando hay escasez, que es cuando usualmente se activa la preocupación por la crisis climática. “Al ser un país de abundancia ecológica y que en términos generales no sufrimos por agua, entonces nuestra conciencia se activa solo cuando hay escasez: y ahí sí hay que cuidar el agua, no lavar el carro, ahorrar energía”, afirma.
Pero ¿qué significa activar la conciencia ante la abundancia? Para Jaime implica comprender que es más fácil cuidar un bosque que repararlo después de haberlo talado. La restauración toma 50, unos 100 o incluso 200 años, por lo que la mejor inversión es prevenir su destrucción. Y más aún en un país tan biodiverso como Colombia, considerado el de mayor biodiversidad del planeta en proporción a su territorio. Porque la biodiversidad no es solo un titular o un discurso de riqueza, sino nuestro seguro de vida frente al cambio climático, si lo destruimos perdemos también nuestra capacidad de adaptarnos y sostenernos en el tiempo.

Sin sostenibilidad social, no hay sostenibilidad ambiental
En los espacios de intercambio quedó claro que la permanencia de las comunidades en sus territorios es una condición básica para la conservación. No existe sostenibilidad ambiental sin sostenibilidad social.
La literatura y la experiencia coinciden en que los proyectos que no generan condiciones para una permanencia digna tienden a fracasar o a producir impactos temporales. Datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2018) indican que más del 60 % de las iniciativas de conservación que fallan en el mediano plazo lo hacen por factores sociales, como la falta de ingresos, la ausencia de gobernanza local o la dependencia de actores externos, más que por razones ecológicas.
A esto se suma que, según el Informe de Desarrollo Humano del PNUD (2020), más del 80 % de la biodiversidad global se encuentra en territorios habitados por comunidades rurales e indígenas, muchas de ellas en condiciones de alta vulnerabilidad socioeconómica. Pretender conservar sin generar alternativas de sustento implica, en la práctica, trasladar el costo ambiental a quienes tienen menos capacidad para asumirlo.

Biodiversidad y clima: una relación funcional
La evidencia científica y la práctica territorial convergen en una comprensión cada vez más clara: la biodiversidad no es solo una de las principales afectadas por el cambio climático, sino un componente activo de su mitigación y adaptación. Ecosistemas funcionales aportan soluciones concretas, medibles y escalables frente a la crisis climática.
La FAO estima que los ecosistemas saludables pueden aportar hasta el 30 % de las soluciones necesarias para mitigar el cambio climático (FAO, 2022). A su vez, sistemas con alta diversidad biológica presentan mayor capacidad de adaptación frente a sequías, inundaciones y alteraciones en los patrones climáticos. Esta relación se refleja en territorios donde conservar no solo reduce emisiones, sino que fortalece la resiliencia social y ecológica.
Desde esta perspectiva, reducir emisiones y fortalecer la biodiversidad no son agendas paralelas, sino procesos interdependientes. Iniciativas como la implementación de metodologías de Ciencia Participativa en Biodiversidad en territorios estratégicos muestran cómo el conocimiento local, articulado con evidencia científica, puede fortalecer el cuidado del territorio y sus ecosistemas.
El IPCC ha señalado que los ecosistemas bien conservados pueden aportar hasta el 30 % del potencial de mitigación necesario para limitar el calentamiento global a 1,5 °C (IPCC, 2022). Bosques, manglares, páramos y sistemas agroecológicos cumplen funciones que van más allá de la captura de carbono: regulan el ciclo hídrico, amortiguan eventos extremos y reducen la vulnerabilidad de las poblaciones humanas.
En este marco, el debate sobre los créditos de biodiversidad introdujo una advertencia clave: no todo instrumento financiero constituye, por sí mismo, una solución ambiental. A diferencia de los mercados de carbono, estos mecanismos no buscan compensar impactos equivalentes, sino conservar ecosistemas específicos, únicos y no intercambiables. Su efectividad depende de marcos regulatorios claros que eviten la simplificación o mercantilización de sistemas vivos complejos.
Aprendizaje continuo, basado en alianzas
En escenarios de alta incertidumbre climática, la capacidad de aprender se convierte en una condición operativa de la acción ambiental. Más que acumular respuestas cerradas, los procesos más robustos son aquellos que sistematizan preguntas, documentan errores y ajustan decisiones a partir de evidencia científica y experiencia territorial. El aprendizaje deja de ser una fase posterior y se integra como una infraestructura que sostiene la toma de decisiones en contextos cambiantes.
Este enfoque supone también reconocer que la acción climática no se construye en solitario. La magnitud y complejidad de los desafíos ambientales exceden la capacidad de cualquier actor individual. Las alianzas multisectoriales, entre comunidades, sector público, empresas y organizaciones sociales, no representan una ventaja adicional, sino la escala mínima para producir impactos sostenibles.
La efectividad de estas alianzas no se define únicamente por la suma de recursos, sino por la construcción de objetivos comunes, reglas claras y responsabilidades compartidas. En este sentido, la conservación y la acción climática se configuran como procesos profundamente interconectados, que requieren rigor técnico, sensibilidad social y capacidad permanente de adaptación.
Lo que permanece abierto no es un vacío, sino un campo de trabajo en expansión. Aprender de manera continua, en diálogo y colaboración, no es un ejercicio académico ni un valor agregado: es una condición para que la acción ambiental tenga sentido, coherencia y capacidad real de transformación.
Referencias bibliográficas
· FAO. (2022). The State of the World’s Forests 2022: Forest pathways for green recovery and building inclusive, resilient and sustainable economies. Food and Agriculture Organization of the United Nations. https://www.fao.org/documents/card/en/c/cb9360en
· IPBES. (2019). Global assessment report on biodiversity and ecosystem services. Intergovernmental Science-Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem Services. https://ipbes.net/global-assessment
· IPCC. (2022). Climate Change 2022: Mitigation of Climate Change. Contribution of Working Group III to the Sixth Assessment Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change. Cambridge University Press. https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg3/
· IPCC. (2023). AR6 Synthesis Report: Climate Change 2023. Intergovernmental Panel on Climate Change. https://www.ipcc.ch/report/ar6/syr/
· Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). (2018). Local communities and conservation: Lessons learned. UNDP.
· Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). (2020). Human Development Report 2020: The next frontier—Human development and the Anthropocene. UNDP. https://hdr.undp.org/content/human-development-report-2020
· World Resources Institute. (2024). State of Climate Action 2024. https://www.wri.org/research/state-climate-action-2024
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